Gabachos
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Youtube ha dado a conocer los ganadores de la primera edición de los Youtube Video Awards. Éstos han sido escogidos por los internautas de entre los diez vídeos más vistos en cada categoría. Tras millones de votaciones... ya hay vencedores.
“Anarquistas, eso es lo que sois tú, y tu cadena”. Hacía tiempo que no me decían nada… pero ayer se conoce que tocaba. Os sitúo. El partido que enfrentaba a Santa Fe y a Oriente había llegado al descanso. Yo retransmitía desde la banda, ya que el Municipal Santaferino sigue teniendo idéntico aspecto al que presentaba en la década de los cincuenta, y no hay sitio alguno reservado a los comentaristas. Fue entonces cuando un señor de unos 60 años pasó por mi lado. Primero me miró a la cara y después observó la bolsa de la Cadena SER que me acompaña a los partidos. De inmediato me preguntó de dónde era. - De Almería señor, ¿por? - “No, por nada. Sólo quería saberlo.” Yo no le di más importancia, pero a los dos minutos regresó. “No me explico cómo puede haber gente que os escuche. Y lo que es peor, ahora a cualquier criajo le dan un micrófono”. Yo, que no me callo una contesté. - Pues menos mal que no se cruzó usted conmigo cuando empecé con 15 años - “Qué sabrás tú”, respondió. El hombre se dio media vuelta y echó a andar… pero de pronto se volvió y sentenció: “Anarquistas, eso es lo que sois tú, y tu cadena”. Al escuchar semejante afirmación no pude más que sonreírle. No merecía la pena continuar con la conversación.-. Papá, Feliz día del Padre .-
Seguro que alguna vez habrás intentado escuchar el sonido de las olas del mar en el interior de una caracola. Pues bien, lo que oímos en ellas no es sino el fluir de nuestra propia sangre circulando por la cabeza. La explicación es tan sencilla como curiosa. Así, cuando nos acercamos una caracola a la oreja, el sonido de la sangre al circular por los finos vasos de nuestro sistema auditivo, se amplifica de tal modo que convierte el interior de la concha en un potente y efectivo altavoz.
Sonó el despertador. Era jueves y tenía que ir a clase. Encendí la radio para así poder remolonear un rato y tener la seguridad de no volverme a dormir. Hablaban de un atentado en Madrid. Todo era muy confuso: no se sabía bien lo que había pasado. Lo único cierto era que varios artefactos habían explosionado en diferentes estaciones de tren y que había muertos. Rápido me levante y encendí la tele. Los informativos matinales conectaban telefónicamente con sus enviados especiales. Todavía no había imágenes. Antes de salir de casa escuché las primeras cifras: no menos de 30 personas habían muerto. Recuerdo que en el autobús nadie hablaba. Todos intuíamos ya que ése iba a ser un día difícil de olvidar. Cuando llegué a la facultad, y antes de bajar del autobús, le pregunté al conductor: ¿Cuántos van ya? - Están diciendo muchas cosas, pero más de 60 seguro - Al llegar a clase, un profesor comentó que a las doce se iban a guardar cinco minutos de silencio por las víctimas del atentado. Las escalinatas de la Facultad de Económicas estaban llenas. Los cinco minutos se guardaron respetuosamente y nadie se atrevió siquiera a murmurar nada. Sólo se escuchaba el ruido del silencio. Ya en casa vi las primeras imágenes. En toda la tarde no me separé del televisor. Tampoco de la radio. No podía explicarme cómo alguien era capaz de hacer algo así. Habían asesinado a 191 inocentes. Habían herido a 1.824 personas. Habían destrozado a todo un país.
Humor Amarillo: un programa absurdo... a la par que genial y divertido
¿Alguien para recetas? - No señora, creo que usted es la única -. Sentado en una de las sillas de la sala de espera, el muchacho confiaba en ser recibido cuanto antes por la médico. A su alrededor, unos diez sufridos pacientes intercambiaban miradas. A la izquierda del chico esperaban dos ‘abuelillos’. Le llamó la atención ver cómo uno de ellos llevaba zapatillas de andar por casa. El otro, ya con zapatos, vestía la típica rebeca de lana que va dejando hilillos por todas partes. Justo en frente, un matrimonio aguardaba charlando. La mujer sostenía entre sus piernas una gran bolsa blanca con radiografías. A su lado, el marido parecía preocupado: no paraba de mirar el reloj y sus manos inquietas doblaban una tarjeta de visita que había encontrado en la mesa de la sala. El muchacho, que jugaba a adivinar qué le sucedía a cada cuál, encontró mejor pasatiempo cuando llegó una madre con su bebé. Al niño, arropado y con chupete, solamente se le veía la carita. Le resultaba gracioso ver cómo el bebé miraba a todas partes como sorprendido. Fue entonces cuando se abrió la puerta de la consulta. ¿Cazorla Villarubia, Alfredo?. - Sí, soy yo -. Adelante, ¿qué le ocurre?
Estamos hartos de escuchar que el tiempo es oro. Me falta tiempo. Dame un poco de tiempo. Necesito tiempo… El tiempo es compañero: hay veces que es amigo y otras veces enemigo. Sin embargo, el tiempo es el que es, no hay más. El truco dicen que está en saberlo administrar. En no perderlo. Porque el tiempo perdido nunca vuelve: se va para siempre. Los que procrastinan se refugian en que ya habrá tiempo… Peligrosa afirmación. Nadie puede creer más que en el presente, y es que el pasado se conjuga en el recuerdo y el futuro aún está por ser.