Por lo boca muere el pez

Eso debió pensar Charles Justice, un reo de la prisión estatal de Ohio (EEUU) que murió en la misma silla eléctrica que él ayudó a diseñar. Todo empezó a comienzos del siglo pasado cuando el preso limpiaba la sala de ejecuciones de la cárcel en la que cumplía condena. Mientras barría, se le ocurrió algo... La primitiva silla eléctrica, aunque funcional, era susceptible de alguna que otra mejora. Fue de este modo cómo Charles Justice propuso al alcaide sustituir los abrasivos correajes de piel por unas abrazaderas metálicas que evitarían el desagradable efecto de la piel quemada. La idea tuvo tanto éxito que la dirección de la prisión, además de aceptar la innovación, rebajó la pena de Justice y le concedió la libertad condicional. Paradojas de la vida, Charles volvería, diez años después, y tras ser condenado a muerte por un delito de robo con asesinato, a reencontrarse con la silla que un día fue su salvación. A Justice, como a algún otro, su invención le costó bastante cara. Hay veces que es mejor callar.